Ballenas más grandes del mundo comen tres veces más de lo que se creía

Las ballenas más grandes del mundo son mucho más glotonas de lo que se creía. Una nueva investigación llevada a cabo por la Universidad de Stanford y el Museo Nacional de Historia Natural del Smithsonian en Washington (EE.UU.) revela que las barbadas, las azules, de aleta y jorobadas comen un promedio de tres veces más cada año de lo que los científicos habían calculado previamente. Al subestimar el festín de estos mamíferos marinos, los científicos también pueden haber subestimado previamente su importancia para la salud y la productividad de los océanos.

Los investigadores utilizaron datos recolectados de 321 ballenas etiquetadas que abarcan siete especies que viven en los océanos Atlántico, Pacífico y Austral recolectados entre 2010 y 2019, para conocer cuánta cantidad de alimento tomaban. Se trata de animales que miden entre 9 y 30 metros.

Cada una de estas etiquetas, con ventosa en la espalda de la ballena, es como un teléfono inteligente en miniatura, con una cámara, micrófono, GPS y un acelerómetro que rastrea el movimiento en un espacio tridimensional. Esto permite al equipo buscar patrones reveladores para averiguar con qué frecuencia los animales participaban en comportamientos de alimentación.

El conjunto de datos también incluyó fotografías de drones de 105 ballenas de las siete especies, que se utilizaron para medir sus respectivas longitudes y crear estimaciones precisas de su masa corporal y el volumen de agua que filtra con cada bocado. Finalmente, los investigadores utilizaron botes pequeños equipados con ecosondas para detectar y medir el tamaño y la densidad de los enjambres de krill y otras presas. Este paso fue crucial para las estimaciones del equipo de cuánta comida podrían estar consumiendo las ballenas.

Con todos estos datos, los investigadores pudieron generar las estimaciones más precisas hasta la fecha de cuánto comen estos gigantescos mamíferos cada día y, por extensión, cada año. Sus resultados se publican en la revista ‘Nature’. Por ejemplo, una ballena azul adulta del Pacífico norte oriental probablemente consume 16 toneladas métricas de krill por día durante su temporada de alimentación, mientras que una ballena franca del Atlántico norte come alrededor de 5 toneladas métricas de zooplancton pequeño y una de Groenlandia, unas 6 toneladas métricas.

Para cuantificar lo que significan estas nuevas estimaciones en el contexto del ecosistema más grande, un estudio de 2008 estimó que todas las ballenas en lo que se conoce como el Ecosistema de la Corriente de California, que se extiende desde Columbia Británica hasta México, necesitaban alrededor de 2 millones de toneladas métricas de pescado, krill, zooplancton y calamar cada año. Los nuevos resultados sugieren que las poblaciones de ballenas azules, de aleta y jorobadas que viven en el ecosistema actual de California requieren ¡cada una! más de 2 millones de toneladas de alimentos al año.

Excrementos de ballena

Dado que las ballenas comen más de lo que se pensaba, también defecan más, y esos excrementos son una fuente crucial de nutrientes en el océano abierto. Con ello, las ballenas ayudan a mantener los nutrientes clave suspendidos cerca de la superficie, donde pueden impulsar la floración del fitoplancton que absorbe carbono y que forma la base de las redes alimentarias del océano.

Investigaciones anteriores descubrieron que la caca de ballena tiene alrededor de 10 millones de veces la cantidad de hierro que se encuentra en el agua de mar de la Antártida, y debido a que las ballenas respiran aire, tienden a defecar cerca de la superficie, justo donde el fitoplancton necesita nutrientes para ayudar a impulsar la fotosíntesis. Utilizando mediciones anteriores de las concentraciones promedio de hierro en la caca de ballena, los investigadores calcularon que las ballenas en el Océano Austral reciclan aproximadamente 1.200 toneladas métricas de hierro cada año.

La paradoja del krill

La caza industrial de ballenas mató de 2 a 3 millones de ballenas en el transcurso del siglo XX. Según el análisis, a principios del pasado siglo las ballenas minke, jorobadas, de aleta y azules en el Océano Austral consumían unas 430 millones de toneladas métricas de krill anualmente, el doble de lo que hay en la actualidad. En esa misma época, las ballenas excretaban un flujo prodigioso de 12.000 toneladas métricas de hierro, diez veces la cantidad que las ballenas reciclan actualmente en el Océano Austral.

Estos cálculos sugieren que cuando había muchas más ballenas comiendo krill, debió haber mucho más krill para comer. Los investigadores le llaman a esto ‘la paradoja del krill’. Esta disminución es más pronunciada en áreas donde la caza de ballenas fue especialmente intensa, como el Mar de Escocia entre el Océano Austral y el Océano Atlántico al sureste de América del Sur.

«Esta disminución no tiene sentido hasta que se considera que las ballenas están actuando como plantas de procesamiento de krill móviles», explica Matthew Savoca, de la Universidad de Stanford y líder del estudio.

El documento postula que la restauración de las poblaciones de ballenas también podría restaurar la productividad marina perdida y, como resultado, aumentar la cantidad de dióxido de carbono absorbido por el fitoplancton, que es devorado por el krill. El equipo estima que los servicios de ciclo de nutrientes proporcionados por las poblaciones anteriores a la caza de ballenas a principios del siglo XX podrían impulsar un aumento de aproximadamente un 11% en la productividad marina en el Océano Austral y una reducción de al menos 215 millones de toneladas métricas de carbono, absorbido y almacenados en ecosistemas y organismos oceánicos en proceso de reconstrucción. También es posible que estos beneficios de reducción de carbono se acumulen año tras año.

«Nuestros resultados sugieren que la contribución de las ballenas a la productividad global y la remoción de carbono probablemente estuvo a la par con los ecosistemas forestales de continentes enteros, en términos de escala», afirma Nicholas Pyenson, curador de fósiles de mamíferos en el Smithsonian. «Ayudar a las ballenas a recuperarse podría restaurar el funcionamiento del ecosistema perdido y proporcionar una solución climática natural», añade.

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